CARTA A UN HIJO


Intenté plasmar en esta carta múltiples ideas que me acompañaban. Pero ahora que comienzo, parecen escurrirse entre mis pensamientos, y me resulta difícil saber por dónde empezar. Oro y espero que, en mis letras, encuentres la sinceridad y el amor suficientes para transmitirte, desde mi más profundo ser, lo que quiero decirte, hijo mío.

Recuerdo vívidamente la expresión de tus ojos, llenos de vida y significado; ojos que no necesitaban de muchas palabras para expresar de manera franca lo que albergabas en tu interior. Ahora, tras 20 años, conservas esa mirada intensa, viva, penetrante; hablas sin necesidad de verbalizar nada. En definitiva, tienes una mirada maravillosa.

En la actualidad, estás enfrentándote a situaciones difíciles y amargas, a crisis inesperadas que, por lo que veo, son las primeras grandes crisis en tu vida adulta. Mi primera reacción como padre es querer ayudarte y, de alguna manera, intentar arrancar este episodio de tu vida para evitar que sufras. Es natural en un padre sentir el deseo de aliviar el dolor y la rabia que pueblan el corazón y la existencia de su hijo. Pero es en estos momentos cuando comprendo algo que quiero que entiendas, hijo mío. En este planeta, existen miles de millones de seres humanos, millones de familias, cada una con su propia experiencia y su propia historia. Nunca encontraremos dos historias idénticas, de la misma manera que, en un torrencial aguacero, no hay dos gotas de agua iguales.

Tu vida aquí y ahora es única, y las experiencias que la conforman son únicas, individuales y extraordinarias por su naturaleza. Tu vida es solo tuya, es intransferible e inevitable. Solo tú eres responsable de tu vida, no puedes entregarla a nadie más como una tarea. En cada instante, segundo, minuto, hora, día, semana, mes y año, hasta tu último aliento, tu vida debe ser administrada y dirigida por ti. Tu vida es tuya y de nadie más. Aunque yo, como tu padre, quiera quitarte las angustias y los dolores, será imposible a menos que tú decidas atender a esa buena intención, a menos que tú abras la puerta o a menos que reconozcas tus errores y pidas ayuda. Solo entonces, un cambio comenzará a llegar a tu vida, no sucederá si no aceptas tus errores, si no deseas superarlos y si no pides ayuda. En ese preciso momento, ten la seguridad de que estaré preparado, muy atento, para cruzar esa puerta que me abres. Y te aseguro que, por algún mágico motivo, desde ese preciso instante, la sanación empezará a llegar a tu vida y la carga que llevas sobre tus hombros se aligerará. ¡Es la verdad! ¡Una maravillosa, increíble pero real y cierta verdad!

Tu vida es fruto de tu madre y de mí, obra de los maravillosos y misteriosos designios de Dios. Llegaste a nuestras vidas como un milagro maravilloso, algo espectacular y divino en su esencia, la presencia de Dios como dador de vida y nosotros como co-creadores de la misma. Dar vida, ser padre, trae consigo infinitas responsabilidades, grandes desafíos, insondables tareas que nunca cesarán. Hijo, fallé en muchas de mis responsabilidades como padre, fui inexperto y mi falta de compromiso causó tristeza y dolor a quienes me rodeaban; cometí muchos errores, demasiados, y hoy siento ese peso. La culpa y la tristeza se han instalado en mi corazón, y lidiar con esas emociones no ha sido nada fácil. Sin embargo, comprendí que esa fue mi vida, es mi vida y es mi realidad. La acepto, miro hacia atrás y te pido perdón por mis fallos, por mi ausencia y por el dolor que todo esto pudo haber causado en tu vida. Todo eso ocurrió, está en mi pasado y, hoy, en la mitad de mi existencia, tengo la esperanza de que, a partir de ahora, puedo ser un mejor ser humano, un mejor padre. Te amo, hijo, y nunca he dejado de hacerlo. Me perdono a mí mismo y… ¡te pido perdón, hijo mío!"

Ahora, al imaginar que estás leyendo esto, veo tus ojos, tu mirada. Intento prever tus emociones y me siento cómodo al hacerlo. Percibo una hermosa luz que recorre tu cuerpo y siento el amor que alberga en tu interior, ese amor que Dios me encomendó transmitirte un día. Ahí reside otro hallazgo, hijo mío, y es que estamos hechos de la misma esencia divina y del mismo amor de Dios. Descubrir esto es maravilloso y espectacular, y comencé a descubrirlo cuando mis rodillas tocaron el suelo y mi frente se inclinó por el dolor y la tristeza, todo ello fruto de mis desaciertos. Allí, vencido, caído y sumido en un profundo dolor, descubrí que no hay más remedio que rendirse a la magnificencia de Dios y a su infinita bondad. En ese momento, cuando no queda otro recurso, cuando todas las salidas parecen cerrarse, cuando la amargura alcanza su máxima intensidad, cuando la luz no encuentra por donde entrar; justo allí, en ese preciso instante, surge un pequeño gran milagro y las cosas comienzan a cambiar. Muchos de nosotros hemos necesitado sufrir adversidades para rebotar, para impulsarnos nuevamente y para comenzar de nuevo. Siempre escuché hablar de Dios, leí sobre Él, investigué sobre Él, me preparé supuestamente para recibirlo, pero necesité tocar fondo y desnudar mi espíritu para aceptarlo realmente.

Es mi historia, la mía. Ahora es tu turno de descubrir y escribir la tuya. Es inevitable, no puedes dejar de hacerlo y no puedes huir de ello. El inicio de la sanación reside en reconocer tus errores, aceptarlos, perdonarte, capitalizarlos y pedir ayuda.

Los seres humanos tendemos a exagerar lo negativo y pasar por alto las cosas buenas y maravillosas que suceden todos los días. Nos lamentamos constantemente de las adversidades y esta costumbre nos ciega ante lo maravilloso que es el universo, el amor y la luz.

Disfruta, hijo mío, de tu salud, de tu energía, de tu juventud, de lo fácil que te resulta respirar, de tu integridad física, de la familia que tienes, de la comida que recibes, del techo que te protege. Comprende bien e interpreta con sabiduría tus sueños y anhelos. Son tuyos y no permitas que nadie los perturbe ni intente robártelos. Lucha por ellos con decisión, constancia, trabajo y máximo esfuerzo. Aprende a distinguir lo que realmente te apasiona de un simple interés pasajero. Lucha por ello y busca en todas partes para conseguirlo. Que cada anhelo esté impregnado de amor y de respeto por ti y por los demás. Que cada palabra que salga de tu boca sirva para construir y multiplicar la bondad, y no para herir. La tolerancia y el respeto deben ser tus premisas al tratar con cualquier persona, sin importar su naturaleza.

Hijo mío, si no estás bien contigo mismo, no podrás estarlo con los demás. Busca tener una conciencia tranquila, sin deudas pendientes, y que cada paso que des esté lleno de paz y sin prisas. Todo llega a su debido tiempo y todo fluye como debe fluir. La mentira es dañina y, si estás dispuesto a decir una, debes estar dispuesto a decir muchas más detrás. Y ahí, tu vida comenzará a ser irreal y vivirás en constante zozobra. Además, hijo, a la única persona a quien no se le puede mentir es a uno mismo. Esa sería la peor de las mentiras y la más perjudicial, pues la inquietud que trae consigo será constante y será el origen de muchas desgracias. Busca la humildad en ti mismo y encontrarás muy fácil ser humilde y sincero con los demás.

Hijo, evita tomar decisiones cuando estés dominado por cualquier emoción, ya sea de extrema ira, dolor, angustia o incluso de inmensa felicidad. Los sentidos y la percepción se distorsionan cuando las emociones están presentes. Date un espacio entre algo que te sucede y la toma de una decisión. ¡Domina tus emociones! Ser reactivo, como instinto de supervivencia y como reflejo ante situaciones de riesgo, puede ser positivo y el organismo lo utiliza como movimiento primario para sobrevivir. Pero ser reactivo y tomar decisiones y acciones movido por la ira y el dolor solo traerán más dolor y miedo. El miedo es la antítesis del amor. Calma tus instintos.

Las emociones producidas por algunas sustancias son superficiales, no son genuinas, no son sanas. Generan placeres etéreos y fugaces que al final producen emociones contrarias que pueden encadenarte al sufrimiento. Tu cuerpo es capaz de producir, por sí solo, elementos químicos que generan paz, emoción, armonía, éxtasis, felicidad y equilibrio. Busca practicar un arte, un deporte, una disciplina que te conecte con esas maravillas. El color, el ejercicio, la música, todos ellos son elementos que elevan el espíritu y te conectan con tu esencia divina y con el verdadero amor, con Dios.

No te estoy dando una cátedra intensa, ni quiero que esto sea un decálogo que te rija como guía para administrar tus actos. Recuerda, no hay dos gotas iguales y cada ser humano debe vivir su papel y su misión. Estas palabras solo quieren hacerte saber que te amo, que el amor que nos une es lo que las motiva.

Es inevitable acoger la vida con lo que trae cada día. En gran medida, los actos de ayer han provocado mi realidad hoy, y la tuya. Por eso, deberás estar atento a cada acto y cada decisión que asumas. Tómate un tiempo antes de actuar, piensa cómo será tu vida tras esa decisión, cómo te sentirás después y las consecuencias que te traerá. Mantén una actitud recta, una sana moral, y convicciones decididas de hacerte el bien y, de ahí, volverte multiplicador del bien para los demás. No ahorres energía para despertar tu santa intuición y descubrir el amor en cada cosa, acto, situación, momento y experiencia. El amor está más presente en nuestras vidas de lo que creemos, solo hay que estar atento y desarrollar una conciencia despierta para ver lo hermoso que es vivir y descubrir pequeños milagros cada día.

Desde mi perspectiva, y solo como referencia, quiero darte a conocer algo de lo que la vida me ha traído. Tienes que atender tu acto sagrado en la existencia como ser humano, solo tú y nadie más que tú. Confío en el buen recaudo que harás de mis palabras y de lo que aquí te expongo.

Sabes, hay un infinito caudal de bendiciones y tesoros que empezarás a descubrir cuando despiertes y halle tu esencia real, aquella que encontrarás dentro de ti. Establece un espacio físico en tu entorno donde puedas orar a tu manera y te conectes con tu Ser Superior. Entrega allí tus cosas, tus pensamientos, tus sueños, tus preocupaciones, tus proyectos. Déjalos allí con amor, fe y esperanza, te aseguro que anidarán protegidos por el amor de Dios, de tu Dios.

Hijo, libérate del miedo, aprende a verlo, a observarlo y a dominarlo. El miedo es inevitable, llega todos los días. Un gran amigo un día me dijo: "El miedo tocó mi puerta, cuando me llene de valor abri y nada había afuera". 

El miedo es la antítesis del amor. La luz del amor sana todo.

Te amo profundamente hijo mio.





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