VIVE Y DEJA VIVIR
1. VIVE
Y DEJA VIVIR
e
El Desgaste que conlleva mantener una actitud crítica, de juicio y manipulación hacia los demás es enorme. Pretendemos encontrar no sé qué en las acciones ajenas, siempre pendientes de lo que hacen o dejan de hacer para saltar y criticar. Esto nos consume una cantidad significativa de energía, distrayéndonos de enriquecer nuestras vidas y de contribuir positivamente a la de los demás. Descuidamos nuestros asuntos personales y retrocedemos en nuestra evolución consciente.
Antes de querer administrar y manejar la vida de los demás, debemos tomar las riendas de nuestra propia existencia. Es un punto de partida difícil, pero necesario. No somos seres independientes, sino que coexistimos con nuestros hermanos y nuestra vida no puede ser ajena a la de ellos. Cada acto que realicemos tiene repercusiones inevitables sobre los demás, nuestras familias, la sociedad y, en última instancia, la cultura en la que vivimos. Cada uno de nuestros actos está interconectado y debemos comprender su importancia. No podemos ser ajenos a lo que les ocurre a nuestros hermanos por causa de nuestras acciones, y viceversa.
La sana y correcta intención en nuestra vida es la raíz natural de consecuencias positivas, grandiosas y hermosas, no solo para nosotros, sino también para quienes nos rodean. ¡Qué gran responsabilidad descubrimos! Somos libres de actuar de diversas maneras gracias al libre albedrío, pero incluso en esa libertad reside la importancia de ser responsables con nuestros actos, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. No deseo para mí lo que no deseo para los demás. Tengo la libertad de vivir como mejor me parezca, según mi criterio, moral, principios y conocimientos, pero no soy un ser único en el universo y debo asumir la responsabilidad de cómo afectan mis acciones a los demás. La diversidad humana es una realidad inmensa; no hay dos seres humanos idénticos, al igual que no hay dos gotas de agua iguales.
En la familia y en la sociedad, nadie es dueño de nadie, ni siquiera los padres que dan vida a sus hijos a través de la procreación. ¡Jamás deberíamos considerarnos dueños de ellos! Cada ser es único e independiente. Desde allí comienza la libertad: no puedo ser dueño de mis hijos. Claro que debo proporcionarles alimento, vestido y techo, pero más allá de eso, debo otorgarles principios, alegría y amor con libertad; en su propio destino sabrán qué camino tomar. Creo que ahí debemos partir, reconociendo lo sagrado de la educación que brindamos a nuestros hijos, basada en el amor, el respeto y la libertad. No caigamos en la trampa de convertir a nuestros hijos en lo que no pudimos ser nosotros mismos.
Debo vivir mi vida con paz, dentro de los límites marcados por mi corazón y mi intuición amorosa; en el respeto por el origen divino de mi vida y la de los demás. Debo respetar las opiniones y conceptos de los demás, aunque no coincidan con los míos. Tolerancia y respeto. Al fin y al cabo, no somos varios individuos en este viaje, sino uno solo, parte de un solo organismo viajando en este planeta a través del universo en busca de nuestro Dios y una verdad única. Respeto y amor hacia mí mismo y hacia mis hermanos.
Comentarios
Publicar un comentario
Aca pueden dejar sus comentarios.
Mil gracias...!
Robert Garzon